Hemos insistido muchas veces que para elegir un buen fondo de inversión primero es necesario tener muy claro cuál es su objetivo y su horizonte de inversión. Una vez definidos estos criterios y, por lo tanto, la categoría de fondos que mejor se adapte a ellos, queda por decidir qué fondo comprar. Intuitivamente tenemos tendencia a elegir los fondos más rentables en el corto plazo ya que suponemos que si el gestor lo ha hecho bien en el pasado, presumiblemente lo hará bien en el futuro.
Pero el hecho de que un fondo haya obtenido rentabilidades negativas en el pasado no significa, por sí sólo, que el fondo deba ser descartado. La rentabilidad de un fondo debe necesariamente compararse con un índice representativo de su categoría y, además, hay que hacerlo en un plazo suficientemente largo de tiempo (al menos tres años) como para poder realmente evaluar el trabajo del gestor. Un año parece un plazo excesivamente corto.
Ahora bien, considerar únicamente la rentabilidad de un fondo (aunque sea a largo plazo) como criterio único de elección sería un error. Además de la rentabilidad, hay que tener en cuenta el riesgo del fondo (a misma rentabilidad es preferible un fondo que presenta menos riesgos, es decir que registre menos fluctuaciones en sus rentabilidades) así como todas las comisiones que cobra el fondo (no sólo las de gestión y de depósito que se descuentan diariamente del valor liquidativo sino también las de suscripción que, como no, influyen igualmente en la rentabilidad final que obtendrá el partícipe).