El comportamiento irracional de los inversores

¿Es irracional el llamado “Comportamiento Irracional de los Inversores”? Cuando un inversor gana 10.000 euros en una inversión, su satisfacción es considerablemente menor, que la frustración que siente cuando pierde 10.000 euros.

Javier Bañares, 05/04/2005
Facebook Twitter LinkedIn
Esta realidad conduce –entre otras cosas- al efecto anclaje, que tiene lugar cuando un inversor que ha comprado a 1.000 convierte ese precio en una referencia, de modo que llega al convencimiento de que cualquier precio por debajo es barato, y cualquiera por encima es una buena ocasión de vender.

¿Porqué las personas reaccionan con más fuerza frente a las desgracias que frente a las buenaventuras? Lamento decir que no lo sé; pero puedo asegurar que este efecto lleva de cabeza a los mercados financieros desde hace más de 50 años.

La teoría económica, en muchos de sus presupuestos, descansa sobre el comportamiento racional de los

individuos, y en muchas situaciones, como la descrita, los inversores actúan “irracionalmente”. El estudio de esta realidad y sus efectos en los mercados financieros, fue bautizado como “behavioral finance” por los anglosajones. Curioso término (comportamiento en las finanzas), que fue traducido por el mundo hispano como “comportamiento irracional de los inversores”, como si tuviéramos que buscar en la irracionalidad, las bases del comportamiento de los racionales…

Sea como fuere, el estudio del comportamiento real de los inversores, nos descubre una serie de insospechadas reacciones típicas (aunque “irracionales”), de la mayoría de los individuos. Tan insospechadas que nos dirigen a bucear en las verdaderas motivaciones de las personas, a la hora de tomar posiciones en los mercados. Es decir; mucha sicología, y poca ciencia económica. Veamos algunos ejemplos:

Los inversores siguen modas, que no pueden ser identificadas como verdaderas tendencias; los comportamientos recientes del mercado son extrapolados con clara vulneración de la lógica. Cuando los mercados suben se produce un optimismo general, y cuando bajan al revés. A su vez ese efecto manada afecta a los gestores que se encuentran mucho más tranquilos en valores “que todo el mundo tiene”, que poniendo los dineros en títulos poco conocidos. Ninguna de las dos posiciones están justificadas; pero ambas conducen a grandes movimientos en los mercados.

Otra manifestación de ese sesgo mental de los inversores, que pone en jaque a las hipótesis de la eficiencia de los mercados, es el exceso de confianza (self attribution bias) en las propias capacidades. Como consecuencia, el sujeto tiende a atribuir sus éxitos en el mercado, a méritos propios, ve orden donde no lo hay e interpreta el éxito accidental como si fuera resultado de su habilidad personal. Los fracasos se ven como golpes de mala suerte, sin más. Junto con ello muchos se creen con experiencia suficiente para prever situaciones futuras (hindsight bias). Y a estas alturas parece probado que a mayor nivel de confianza, no sigue, mayor nivel de resultados.

Más. La “ilusión de conocimiento” es otro virus en el cerebro del inversor. Esta se produce cuando uno cree que sucesivos incrementos en la información sobre una acción, necesariamente llevarán a sucesivos incrementos en la calidad de las decisiones; sin embargo, como dice el profesor Menéndez Alonso, esta aparente obviedad puede no cumplirse cuando gran parte de la información obtenida, no es relevante; cuando no se trata convenientemente; y sobre todo cuando la nueva información recibida se usa para reforzar la opinión ya concebida anteriormente (disonancia cognoscitiva). ¿Cuánta gente lee sólo los periódicos que coinciden con su modo de pensar, sin atreverse a desafiar sus opiniones preconcebidas?

La elección del mercado, y de las compañías en las que invertir, también suelen estar sesgadas por el decisor. Gur Huberman, de la Universidad de Columbia, obtuvo pruebas suficientes que demuestran que los inversores están mucho más inclinados a invertir en empresas locales, que les son más familiares, que en aquellas lejanas de su casa; aunque no haya ninguna razón lógica para pensar que los valores cercanos se comportarán mejor que los demás… Aunque es muy perdonable la sensación de que se tiene más control sobre una acción española que sobre una alemana.

También se observan conductas poco económicas (a mi juicio, mal llamadas irracionales), en la diversificación de las carteras. El exceso de confianza lleva a diversificar poco las carteras; y la falta del suficiente conocimiento, desemboca en la toma de posiciones falsamente diversificada; lo que se produce cuando se compra un amplio número de acciones (o fondos de inversión, o planes de pensiones, etc…) siendo el comportamiento de todos ellos muy similar entre sí (altamente correlacionado); y, como consecuencia no nos beneficiamos de las ventajas de evoluciones diferentes que reducen el riesgo (cuando unas bajan, otras suben).

Pero dejémoslo aquí…

¿Para que sirve ser concientes de esta realidad?

En principio, tratar de evitar los errores en el proceso de toma de decisión en los mercados, debería redundar en mayores rentabilidades. Lo siento, no siempre es así; pero puede ser más veces sí, que no, si lo intentamos.

Michael Hughes, gestor del JP Morgan Fleming Europe Strategic Value Fund, señala algunos síntomas, para identificar actuaciones erroneas:

Tomar decisiones de inversión demasiado frecuentemente. Invertir en valores calientes. Vender porque lo hacen los demás, y no por un cambio de opinión. Tomar decisiones sólo por el consejo de amigos, colegas, o asesores financieros…

El mismo Hughes, cita al sabio Warren Buffet:

“Cuando compramos una acción, lo hacemos como si estuviéramos comprando un negocio privado” “Nunca invierta en un negocio que no entienda” “Deje de predecir la dirección del mercado, la economía, los tipos de interés, o las elecciones” “El letargo y el aburrimiento, deben seguir siendo la piedra angular de su estilo de inversión”. “Recuerde que el mercado (de acciones) es maníaco depresivo” “El optimismo es el enemigo del inversor racional”.

Finalmente, Hughes, nos revela tres claves de su gestión, que trata de ser racional:

Buenos valores fundamentales, que ya no están de moda. Valores que cotizan con descuento, según criterios objetivos (Per, P/B,…) Si no son baratos, es por una razón de peso.

Debemos reconocer que será económicamente bueno tratar de invertir con estos criterios, y evitar las trampas de nuestro cerebro, aunque esto suponga ir contra corriente; porque precisamente ese sentido de la marcha es el que muchas veces ofrece mejores resultados. ¿Convendrá examinar la irracionalidad del gestor de su patrimonio?

En definitiva; la influencia de los aspectos emocionales en los procesos de decisión, son de tal importancia, que deberíamos concluir que el hombre no busca la eficiencia económica, o al menos no la prefiere, a la satisfacción emocional. Y sinceramente, a esto yo no lo llamaría irracional.

Artículo publicado originalmente en el número 22 de marzo 2005 de Gestión de Patrimonios

Facebook Twitter LinkedIn

Sobre el Autor

 

© Copyright 2024 Morningstar, Inc. Reservados todos los derechos.

Términos de uso        Política Privacidad        Cookie Settings        Aviso Legal