Sobre el alfa y la beta

Algunas consideraciones sobre estos dos conceptos del mundo de los fondos de inversión.

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Hace no mucho tiempo, hablar del alfa y de la beta era como hablar del ying y del yang, del bien y del mal, de dos conceptos casi diametralmente opuestos. La beta era una materia prima fácilmente extraíble, casi despreciada (ya se sabe que se valora poco lo que todo el mundo puede conseguir sin dificultad, o así pensaban muchos inversores); el alfa un metal precioso y raro, difícil de encontrar. Por supuesto, todo el mundo estaba buscando ese preciado alfa. Más recientemente estos dos conceptos han ido perdiendo esas claras diferenciaciones, hasta tal punto que uno de los grandes retos de la gestión en estos momentos es intentar separar claramente el alfa de la beta.

Pensábamos que la beta o la exposición a un determinado mercado o tipo de activo por parte de un gestor y el alfa

o la capacidad de batir al mercado independientemente de que este suba o baje eran dos elementos que no se mezclaban, como el agua y el aceite.

También se pensaba que medir el alfa de un fondo era un asunto sencillo. Bastaba con aplicar la fórmula y punto. Cierto. Se puede calcular “un” alfa aplicando ciegamente la fórmula que aparece en todos los manuales de estadística financiera. Pero una cosa es aplicar una fórmula y otra interpretar el resultado obtenido. En la aplicación de la fórmula el elemento más importante es determinar el índice de referencia contra el que se compara el gestor. Para un fondo de renta variable española, lo lógico sería comparar la evolución del fondo contra el IBEX 35. Pero no sería del todo correcto ya que el IBEX 35 es un índice que no tiene en cuenta los dividendos. Además, el gestor podría haber batido a su índice de referencia simplemente porque ha tomado exposición de forma pasiva a un determinado subsegmento del mercado (pequeñas compañías, compañías con una cierta característica fundamental, etc) sin que ello suponga una habilidad del gestor en la selección de valores. Vamos, que separar el alfa de la beta no es tan sencillo como puede parece a primera vista.

Hasta hace poco tiempo también, el alfa era el coto de caza exclusivo de los llamados hedge funds. Se pensaba que si se quería verdaderamente batir al mercado era ahí donde había que ir a pescar, porque era ahí donde se encontraban los “mejores” gestores. Además disponían de una libertad de movimiento que no existía en el mundo de los fondos tradicionales (las cosas están cambiando y estos cada vez tienen más herramientas a su alcance). La experiencia nos ha demostrado, sin embargo, que en el terreno de los hedge también hay buenos y malos gestores y que muchos tratan de vender alfa a precio de beta. Este último problema también afecta en gran medida al mundo de los fondos tradicionales: hay muchos productos que prácticamente replican a un índice cobrando comisiones dignas de los mejores fondos de gestión activa.

Recientemente nos quedamos perplejos cuando nos dijeron que el alfa era transportable. La separación del alfa y de la beta (operación difícil sin duda) tiene que ver hasta cierto punto con técnicas de ingeniería genética. Supongamos que hayamos encontrado un gestor que ha sido capaz de batir de forma sistemática a su índice de referencia. En la rentabilidad obtenida, no todo es alfa, por supuesto; también hay una parte de beta. Se trata, por lo tanto, de identificar ese alfa y de extraerlo (casi con una jeringuilla) para poder transportarlo e incorporarlo en otro producto.

Incluso, se puede extraer un alfa de un determinado tipo de activo (de renta fija, por ejemplo) y combinarlo con la beta de otro tipo de activo (de renta variable, por ejemplo). Y hasta se puede diversificar una cartera no solo ya por tipos de activo o beta (es la forma tradicional de hacerlo) sino por tipos de alfa, mezclando un poquito de alfa extraído de este tipo de activo con otro poquito de alfa proveniente de este otro tipo de activo… “haute cuisine” al estilo Ferrán Adrià aplicado a los fondos de inversión.
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